Ese día se levantó muy temprano. Aún no comenzaba el bullicio de las calles y
él ya se bañaba. Era una ocasión
importante y lo ameritaba.
Meticuloso como era, eligió cada detalle de su
indumentaria, se peinó frente al espejo, dio brillo por enésima vez a los
zapatos y salió, como cosa extraña, con un rumbo predeterminado.
A las ocho en punto, estaba ya en la dirección que le
habían indicado, listo y dispuesto para la entrevista.
Mientras le preguntaba su nombre y el motivo de su visita,
la recepcionista lo miró de pies a cabeza y eso le dio la sensación de que,
aunque creía ir impecable, algo no andaba bien.
— Siéntese un momento por
favor, ya le van a atender.
— Gracias — respondió
mientras observaba a su alrededor.
El recinto era frío, descuidado, para nada acogedor. El mobiliario de anticuado diseño y
desgastado barniz, sin llamativo. Había
una lámpara en una esquina, pero estaba apagada. El logotipo de la empresa, acaparaba el
espacio en el cual él hubiera colocado un cuadro, ya fuera la réplica de alguno
famoso o uno de los que conservaba en su casa de su etapa de pintor.